lunes, 8 de septiembre de 2008

EL REGRESO (Águila Coaz)

SINGLADURA 6-9
Salimos con rumbo a Ítaca, pequeña isla separada de Kefalonia por un estrecho de unos 4 Km.
Es una isla con mucha vegetación y hermosas bahías.
Su capital, Vathi, está al fondo de una profunda bahía protegida por un islote que oculta la entrada. Sus casas, ninguna de más de dos pisos se extienden por la ladera de una montaña de forma que, al atardecer es un bello espectáculo contemplar las luces u el contraluz de las montañas.
En el puerto, como es habitual en todas estas islas, una sucesión de terrazas y chiringuitos, con el techo de caña de bambú adornados con luces de todos los colores.En uno de ellos cenamos después de una paciente espera de media hora hasta que vinieron a atendernos. Aquí la prisa no existe. Regamos la cena con un vino tinto (krasí kokhino) de la tierra, que venden ¡por kilos!, así que nos metimos entre pecho y espalda cuatro jarras de medio kilo cada una.
Cuando estábamos con la sobremesa, se nos acercó un oriundo -lo invitamos a un vino- que nos contó una historia muy curiosa. Parece ser que los itaqueños (itaquenses, según algunos) tienen fama de ser “de la virgen del puño” y muy desconfiados.
Cuando van a comprar una nevera, no preguntan cuántas estrellas tiene o si dispone de sistema de eliminación de escarcha o cualquier otra cuestión técnica. Lo que preguntan es si tiene luz, a lo que el vendedor, naturalmente, responde que sí.
-¿Y se apaga cuando se cierra la puerta?
-Por supuesto.
-¿Y cómo sé yo que eso es verdad? ¿No me estará contando una milonga (milongaka), y la luz queda siempre encendida?
Así que nuestro interlocutor lleva una temporada diseñando una especie de periscopio para acoplar a las neveras por donde el usuario desconfiado pueda mirar a ver si, realmente, la luz está apagada cuando se cierra la puerta.
Muy cerca de Vathi está la gruta de las ninfas (marmarospilia) donde, según Homero, Ulises escondió el tesoro que traía consigo, procedente, en buena parte, de los regalos que le habían ofrecido todos los amigos que hizo en los diez años que duró su regreso desde Troya.
Pero, lo que no dice Homero, según los maledicentes de Kefalonia, es que el mejor regalo se lo hizo la fiel Penélope con docena y media de churumbeles, de 1 a 19 años, que correteaban por el palacio.
Estuvimos fondeados en Vathi y, como era sábado, tuvimos que soportar el chunda-chunda de dos bodas, a unos doscientos metros, en las que competían a ver quién hacía mas ruido. El barco retumbaba, pero, aun así, los tripulantes dormimos razonablemente.
Abrazotes. El Águila Coaz.

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